sábado, 20 de febrero de 2016

Cicatrices del pasado

Te sientas, con tu rostro totalmente inerte. ¿Qué te ocurre? Te quitas la camisa para sorprenderme, para ver tu piel llena de cicatrices, y entonces entiendo tu pesar. Veo como agachas la cabeza y te acaricias ambos brazos lentamente, rozando con la yema de tus dedos las heridas del tiempo. Me cuentas como te las hicieron y, para mi sorpresa, no es la respuesta esperada. Nadie te las hizo...¿Te las hiciste tú? ¿Tampoco? Cuéntame.


Mi mundo es fuerte, pero mi corazón es frágil. Vivo mi vida llena de felicidad caminando como si la noche fuera día y el día fuera una noche eterna. Amo la vida y tengo pasión por disfrutar de cada gota que me pueda aportar de felicidad. Pero las situaciones, las personas y las circunstancias cambian. Cuando el corazón es feliz vive cada momento, lo aprecia, lo valora y lo cuida. Cada bonita situación, cada persona maravillosa que llega a tu vida, cada hermoso momento acaricia mi piel para susurrarme: Estoy aquí. Sin embargo pueden llegar momentos en que esas situaciones, personas y momentos den un revés... un revés que quema la piel, la abre, la destruye. Deja grietas por el cuerpo donde hubo una piel llena de vida uniendo su calor con otra magullada. Las caricias no dejan marca al hacerlas y si al tiempo esa persona se olvida de que las hizo, al no verlas no las recordará. Las cicatrices, aunque se noten poco siempre estarán ahí, pase lo que pase, para recordar cada momento vivido, bueno o malo.


Ahora lo comprendo. Quizás no pueda borrar esas cicatrices, pero no hay alma más comprometida a hacer que esa sonrisa nunca decaiga por mis acciones. Que la próxima vez que acaricies tus brazos mi mano esté sobre la tuya mientras lo haces. Que el peso y la carga de ellas sea más liviana para que tus recuerdos comiencen a ver un nuevo amanecer. Sí, estoy aquí.